La vida en este planeta no ha sido nunca fácil.
Es un paraíso en el que los unos se alimentan de los otros, hay intemperies de todo tipo, extinciones masivas y cambios sorprendentes a nuestros ojos.
A pesar de ello, la vida ha prosperado durante milenios y ha encontrado una forma de mantenerse en un cambiante equilibrio. Sin embargo, los animales que se han desarrollado en mayor medida, los homo (me permito omitir lo de sapiens), no se conforman ni se han conformado nunca con su condición de animales. Henchidos de orgullo y de afán de dominio, han colonizado el planeta de tal modo que han llegado a transformarlo, provocando reacciones de la naturaleza descontroladas que ponen en riesgo la vida de las demás especies y la suya propia.
Son hijos de dioses iracundos y al mismo tiempo, capaces de una bondad inconmensurable. Reflejan en su mente las maravillas más grandes y los horrores más despiadados. Pero, sobre todo, son seres que se preguntan y siempre lo han hecho, ¿cuál es mi rol en este mundo?, ¿qué hago aquí? Esa búsqueda de sentido se ha visto reflejada en la filosofía, la ciencia, las religiones, las supersticiones. En las batallas que han emprendido, tanto las interiores como las externas. En su forma de compartir la belleza y el amor. En su capacidad de compasión hacia si mismos y hacia todas las criaturas.
Son seres complejos que viven vidas complejas.
Hoy en día, esta complejidad se vuelve más acuciante. La mente racional o analítica no basta para captar el sentido de los tiempos que llegan. Los desastres climáticos ponen en jaque a las sociedades del primer mundo, no es sólo cosa de países pobres. Los horrores de las guerras propiciadas por mandatarios radicalizados y obsesivos nos van llegando cada vez más cerca, como una marea que amenaza nuestra aposentada vida.
Las píldoras para el estado de ánimo no son suficientes para encontrar el sentido. El alcohol, no nos abre tampoco la puerta a encontrarlo. Las drogas nos llevan, en el mejor de los casos, a lugares psíquicos en los que por unos cortos periodos de tiempo todo parece transitar de otro modo, pero ¡qué poco dura su, al fin y al cabo, distrópico efecto y sobre todo, ¡qué perniciosas son para el individuo y la sociedad en general!
Muchas son las personas que hoy en día se preguntan por ese sentido anhelado, intuido, siempre necesario para seguir adelante. Algunas dicen que no lo encuentran. Es comprensible. Si se busca con el análisis, lo perdemos una y otra vez. El sentido se debe sentir. Y no es tarea fácil para los homo (pretendidos sapiens).
La mente analítica, esa maravilla capaz de desgranar la realidad en sus componentes, no consigue reconstruirlos en un todo. ¡Qué fácilmente rompemos la realidad! ¡Cuánto nos cuesta volver a sentirla como una unidad!
La experiencia vital me ha llevado a recorrer muchos parajes. Por eso mismo sé que cuando todo parece imposible, que cuando las puertas parecen cerradas, hay una que siempre permanece abierta. Es la que conduce al camino interior. No como camino de aislamiento de la realidad, sino como lugar desde el cual poder recobrar aquello que me pertenece, la experiencia vital plena, el sentido y la fuerza interior para poder actuar en el mundo con un propósito.
Estamos aquí para estar en el mundo. Cada quien decida desde dónde está. O bien perdido en el mundo exterior, o tal vez anclado en su interior más sagrado para, desde allí, recorrer los caminos de la experiencia vital.
La capacidad de anclarse en ese espacio interno fuente de unión, fuerza y plenitud se entrena. Es una capacidad innata, ciertamente, sin embargo, debe muchas veces redescubrirse, cuidarse y amplificarse. Es generadora de resiliencia, amor y compasión.
Karlfried Dürckheim, psicólogo y maestro zen, nos habla de los ejercicios iniciáticos, aquellos que nos abren la puerta a este espacio interno. Los lleva al campo de la psicoterapia. Visionario en sus planteamientos, nos recuerda cómo nuestra actitud es fundamental en nuestra experiencia. Ejercitarse en la meditación, en el hara, en la respiración natural, son los primeros pasos para hacer de la vida misma un lugar de ejercicio. Repetir el ejercicio, una y otra vez, profundizar y permitir que este te transforme, forma parte del programa. Es una propuesta imprescindible para nuestro tiempo y al mismo tiempo choca con las ideas infundidas estos últimos años de la mano de algo auto titulado auto ayuda, en la que demasiadas veces se prometen cambios rápidos y maravillosos.
Cultivar la paciencia es el camino más rápido para llegar a buen puerto. No podemos empujar el rio, pero si podemos aprender a navegar en las situaciones que la vida nos presente.
Además, ¿sabe alguien qué es exactamente el tiempo?. En todo caso, algo relativo.